La leyenda del Paititi
Hoy en día, en Cuzco es ampliamente conocida y difundida la versión urbana de la leyenda sobre el Paititi. En esta versión el Paititi se interpreta como una ciudad perdida en la selva, donde se refugiaron los incas que habían escapado de los españoles en la época de la conquista y donde están escondidos fabulosos tesoros. Esta tradición urbana de por sí es muy interesante, pero en el caso del presente artículo nuestra atención se concentra alrededor de sus raíces, en la profunda, compleja y casi no estudiada tradición oral del campo y testimonios históricos que yacen detrás de ella.
Al salir fuera de la ciudad del Cuzco, encontramos tradición oral sobre el Paititi en abundancia en las zonas campestres del departamento del Cuzco, en los pueblos y comunidades al sur y norte de la capital, y especialmente al este, en la pequeña ciudad de Paucartambo y sus alrededores. El valle de Paucartambo está en la frontera entre la sierra y la selva alta, la cual empieza a varios kilómetros hacia el este. Según las creencias del lugar, el Paititi está escondido en esta selva, frecuentemente lo ubican en el territorio del Parque Nacional Manu, Alto Madre de Dios.
Entre los cuentos sobre el Paititi se puede distinguir dos versiones polares, diferentes por su género. La primera tiene una clara matriz mitológica. En ella el Paititi es un lugar utópico (ciudad de oro, a veces un país entero), con evidentes características sobrenaturales, cuyos habitantes son los incas interpretados como personajes míticos. En muchos casos Paititi existe fuera del espacio real (véase textos 1 y 2), en otros textos se relaciona con puntos geográficos concretos (véase textos 3 y 4). Pero en ambos casos, en el camino hacia allá aparecen circunstancias y obstáculos de carácter sobrenatural y se cruza la frontera entre el espacio rutinario, habitual y el “otro mundo”. A veces los narradores indican que a Paititi tienen acceso solamente “indios netos” que tienen lazos consanguíneos con los incas.
Lamentablemente, hasta el momento los investigadores prestan poca atención a esta leyenda. Presentaremos a continuación cuatro textos registrados en los años 1970 por Henrique Urbano, único ejemplo que conocemos de estudio profesional sobre el tema (Urbano 1993).
(1) Paititi está en la misma selva, en el centro, en un pueblo de puro oro. Cuidan la entrada de la ciudad dos leones y luego hay dos pueblos y un mar que hay que cruzar para llegar adonde está el Inca. El mar es una ciudad grande. Se cruza a caballo sobre dos tigres. Cuando se está parado, vienen los tigres, se meten entre tus piernas, y cabalgando te llevan y te hacen cruzar el mar en un instante. Ellos mismos te traen de nuevo, siempre cruzando el mar. Pero no es cualquiera que puede ir allá. Solo los campesinos netos que tengan cualidades físicas y ademanes de inca, peluca larga hasta la cintura, vestimenta inca, negra, tejido de lana, poncho y ojotas.
En ese pueblo de Paititi vive el Inca. En la conquista los incas dirigentes no murieron. Quienes murieron fueron las gentes, los soldados. Los Incas son inmortales. (Urbano 1993:294)
(2) El pueblo de Paititi es un pueblo grande de oro, donde se trabaja el oro. Son hombres hijos de Dios, llenos de suerte [sami]. Allá se encuentran tres jefes: Qollarri, Incarrí y Negrorri. De ellos depende la vida de todo el mundo porque son ellos que rigen los destinos de todos (Urbano 1993:294).
En esta versión la leyenda del Paititi se superpone sobre el mito escatológico del Incarrí (Inca-Rey). Incarrí es un personaje mítico, producto de combinación de varias personalidades históricas, el Inca asesinado por los españoles que debe resucitar en el futuro y restablecer en el Perú “la edad de oro” de la época de los incas (Ortiz 1973). En otras versiones del mito, este personaje está vivo en el presente y habita en un lugar escondido, en este caso en Paititi. Los dos otros personajes, Collarrí y Negrorrí, como demuestra Henrique Urbano en el artículo citado, son el resultado de la influencia del motivo bíblico de los Reyes Magos.
(3) Para ver el Paititi desde lejanía –dice–, después de llegar a Paucartambo se va rumbo a Akhanaku. De ahí se ve un cerro alto, llamado Apu Kañihuay. Para subir a este Apu y divisar el Paititi hay que hacer despachos de calidad. Si no se hacen como debe ser, jamás se verá el Paititi ni jamás se podrá subir al Apu, porque antes que llegas a la punta caen rayos, lluvia, viento, granizada. El Apu siempre baja a quien se cree valiente o machito y peor aún a los extranjeros. Y si llegas sin novedad a la punta del Apu Kañihuay, él te cubre todo y todo con nubes de gran espesor y no puedes llegar a ver el horizonte. Y así puedes estar días y noches, o en el Apu o lejos de éste y él no deja ver nada. Por eso el despacho es importante (Urbano 1993:294-295).
(4) Los incas son inmortales. Viven en Paititi. Se puede ver desde el cerro Kañihuay. Es un cerro muy alto y de ahí se divisa la selva del Paititi (Urbano 1993:293).
La segunda versión moderna que trata de Paititi más bien es, o pretende ser, un relato de hechos verídicos. En ella la ciudad perdida es unas ruinas antiguas, donde se encuentran los tesoros de los incas, cuya cantidad depende del temperamento del narrador. La línea narrativa suele consistir en un cuento sobre el protagonista, pastor o campesino, quien ha ido allá y regresó, generalmente trayendo evidencias de su descubrimiento. A veces se menciona que el afortunado se enriqueció fabulosamente con el tesoro encontrado.
Lamentablemente, en la literatura especializada este tipo de relatos está ausente, razón por la cual presentamos aquí un texto registrado por un amateur, padre Juan Carlos Polentini, sacerdote de Lares, quien recogió gran cantidad de valiosa información de diferente índole sobre Paititi, desde la tradición oral moderna y fragmentos de crónicas hasta los materiales de sus propios viajes en busca de esta ciudad, y publicó dos libros acerca del asunto. Entre toda esta información encontramos varias narraciones anotadas de las palabras de Arístides Muñiz, un famoso contador de cuentos sobre Paititi. En el momento de la publicación de sus relatos, en 1979, Muñiz tenía 97 años y toda su vida había vivido en los valles cerca de Paucartambo, donde las leyendas y cuentos de Paititi circulan con más intensidad. Citamos aquí un fragmento de uno de los relatos que cuenta la historia de Florián Llacta, pastor de la hacienda de Bedagurín que fue enviado por el hacendado a buscar el ganado perdido. Muñiz la escuchó de la esposa del pastor alrededor de 1905.
Mi marido fue a buscar [el ganado] y se fue siguiendo la huella por el camino incaico. Bajó un cerro. Existe el camino (es en el Apu Catinti, actualmente Cumbrerayoc). Como encontró huellas del ganado, los pumas habían arriado por todo ese camino. Así había llegado a una población incaica donde solamente faltaban los techos a las casas pero que había tesoros al por mayor. Una cosa admirable, y como mi marido estaba ya muy débil, sin comer, ni nada, sólo había podido traer un choclo de oro y dos cráneos de dos reses que habían acabado los animales. Así fue cargando esas calaveras las lleva a Bedagurín –“Los cráneos, señor, aquí están, habían comido los animales, y he encontrado todavía dos ganados vivos que he traído, y para que usted me crea, he traído este choclo de oro de esa población”. –“Entonces trae, pues, y regresa para que me pagues el resto del ganado”. El hombre traería lo que pudo. [...] La india, dice el anciano, le indicó que las cumbres por donde pasó su marido y por donde nace el río Chunchosmayo es el apu Catinti (Polentini 1979:105-106).
El motivo del “vaquero perdido”, que sirve de “marco” para el relato citado, aparece en la versión “mitológica” así como en la “verídica” de las leyendas y cuentos sobre Paititi. También constituye parte de otros relatos. El protagonista es un hombre pobre, a quien su señor manda a la fuerza a buscar el ganado perdido y en la montaña le suceden cosas extraordinarias. Sin duda se puede encontrar analogías de este elemento narrativo fuera de Sudamérica.
Volvamos a la segunda versión del cuento sobre Paititi. Su protagonista generalmente se presenta como una persona real, que vivió o vive en el mismo pueblo o comunidad que el narrador, a quien él a veces declara conocer personalmente, a veces es su pariente o antepasado. En algunos casos el relato se desenvuelve en primera persona y se remite al pasado reciente. El detalle persistente es que el narrador trata de amarrar los acontecimientos del cuento con la realidad, como prueba de su veracidad. En la mayoría de los casos se utiliza la toponimia real. A veces el relato viene acompañado de una invitación a guiar al oyente a las ruinas descritas (en el caso de que el oyente esté de acuerdo en financiar el viaje). Esto se explica por el hecho de que esta clase de relatos sobre Paititi a menudo está relacionada con restos arqueológicos reales, no registrados o poco conocidos, que abundan en la selva alta. Por supuesto, los detalles acerca de los fabulosos tesoros resultan ficción o, en el mejor de los casos, exageración. Sin embargo, las mismas ruinas y su ubicación pueden resultar realidad. Por los tanto, este tipo de relatos puede servir como instrumento útil para los arqueólogos. Lamentablemente, los arqueólogos profesionales los ignoran y demuestran escepticismo al respecto, pero existen ejemplos de descubrimientos de monumentos arqueológicos sobre la base de esos cuentos. En los años 1950, dos ingleses, Sebastian Snow y Julian Tennant, guiados por una leyenda del Paititi, encontraron un pequeño monumento arqueológico inca en la zona del moderno parque arqueológico Vilcabamba (Tennant 1958). En 1979, los esposos Herbert y Nicole de Cartagena, en busca del Paititi a partir de la tradición, encontraron en el Parque Nacional Manu un monumento interesante llamado Mameria (Cartagena 1981). Infortunadamente, desde el momento de su descubrimiento este resto arqueológico ha sido saqueado sin control, mientras las investigaciones profesionales no han sido realizadas hasta ahora.
Los textos citados provienen del departamento de Cuzco, Perú. Según nuestros datos, versiones parecidas existen en Bolivia oriental y otras, un tanto diferentes, en Paraguay. Aquí no las discutimos por la insuficiencia de información, pero notamos la distribución geográfica, circunstancia a la cual volveremos más adelante.
Pero ¿cuál es el origen de esta leyenda? Sería lógico buscar sus raíces en las crónicas coloniales. En los textos de esta clase, el Paititi es mencionado relativamente poco y aparece en un contexto completamente diferente. El Paititi colonial es un topónimo (nombre de un cerro, río, etc.) que en algunos textos marca la frontera oriental del imperio de los Incas. En otros casos se habla de una “tierra rica” en la selva amazónica al este de los Andes, que fue descubierta por los incas en una de sus expediciones militares. Los incas la conquistaron o fundaron ahí sus colonias, pero en ambos casos esta tierra conservó su autonomía. Después de la conquista española, una parte de los incas del Perú migró al Paititi, y sus descendientes seguían viviendo allí en paz a lo largo de todo el siglo XVII y posiblemente también en la primera parte del siglo XVIII. En estas épocas se encuentran documentos que lo mencionan como un país vivo y habitado. En el siglo XIX estas referencias desaparecen. Como sinónimo del nombre Paititi frecuentemente se usa “Mojos” o “Musus”[1].
Estudios históricos sobre este asunto son igualmente escasos, como los trabajos de la tradición oral moderna sobre el Paititi. Probablemente, la única obra significativa es el libro del historiador argentino Roberto Levillier: Paititi, El Dorado y las Amazonas (Levillier 1976). El trabajo fue publicado varios años después de la muerte del autor y consiste en los materiales sueltos organizados por sus parientes y amigos. Sin embargo, el valor del libro es indiscutible. Su mayor mérito, a nuestro parecer, es el uso de fuentes escritas poco conocidas pero muy interesantes. La más interesante para nosotros es “Informaciones hechas por Don Juan de Lizarazu sobre el descubrimiento de los Mojos”, documento original de Bolivia oriental del año 1636, que reúne testimonios de varias personas que participaron en expediciones en busca del Paititi o disponían de otra información valiosa al respecto (Lizarazu 1906). Levillier incluyó en su libro unos fragmentos de este documento, pero dejó sin atención muchos datos valiosos.
[1] No hay que confundir este nombre colonial con su uso moderno referente a los Llanos de Mojos, en Bolivia. Probablemente, su significado ha cambiado (véase infra).
Fuente: La leyenda del Paititi: versiones modernas y coloniales autor Vera Tyuleneva. Revista Andina Nº 44
Enlace: Imagenes portal del artista Patries van Elsen
Al salir fuera de la ciudad del Cuzco, encontramos tradición oral sobre el Paititi en abundancia en las zonas campestres del departamento del Cuzco, en los pueblos y comunidades al sur y norte de la capital, y especialmente al este, en la pequeña ciudad de Paucartambo y sus alrededores. El valle de Paucartambo está en la frontera entre la sierra y la selva alta, la cual empieza a varios kilómetros hacia el este. Según las creencias del lugar, el Paititi está escondido en esta selva, frecuentemente lo ubican en el territorio del Parque Nacional Manu, Alto Madre de Dios.
Entre los cuentos sobre el Paititi se puede distinguir dos versiones polares, diferentes por su género. La primera tiene una clara matriz mitológica. En ella el Paititi es un lugar utópico (ciudad de oro, a veces un país entero), con evidentes características sobrenaturales, cuyos habitantes son los incas interpretados como personajes míticos. En muchos casos Paititi existe fuera del espacio real (véase textos 1 y 2), en otros textos se relaciona con puntos geográficos concretos (véase textos 3 y 4). Pero en ambos casos, en el camino hacia allá aparecen circunstancias y obstáculos de carácter sobrenatural y se cruza la frontera entre el espacio rutinario, habitual y el “otro mundo”. A veces los narradores indican que a Paititi tienen acceso solamente “indios netos” que tienen lazos consanguíneos con los incas.
Lamentablemente, hasta el momento los investigadores prestan poca atención a esta leyenda. Presentaremos a continuación cuatro textos registrados en los años 1970 por Henrique Urbano, único ejemplo que conocemos de estudio profesional sobre el tema (Urbano 1993).
(1) Paititi está en la misma selva, en el centro, en un pueblo de puro oro. Cuidan la entrada de la ciudad dos leones y luego hay dos pueblos y un mar que hay que cruzar para llegar adonde está el Inca. El mar es una ciudad grande. Se cruza a caballo sobre dos tigres. Cuando se está parado, vienen los tigres, se meten entre tus piernas, y cabalgando te llevan y te hacen cruzar el mar en un instante. Ellos mismos te traen de nuevo, siempre cruzando el mar. Pero no es cualquiera que puede ir allá. Solo los campesinos netos que tengan cualidades físicas y ademanes de inca, peluca larga hasta la cintura, vestimenta inca, negra, tejido de lana, poncho y ojotas.
En ese pueblo de Paititi vive el Inca. En la conquista los incas dirigentes no murieron. Quienes murieron fueron las gentes, los soldados. Los Incas son inmortales. (Urbano 1993:294)
(2) El pueblo de Paititi es un pueblo grande de oro, donde se trabaja el oro. Son hombres hijos de Dios, llenos de suerte [sami]. Allá se encuentran tres jefes: Qollarri, Incarrí y Negrorri. De ellos depende la vida de todo el mundo porque son ellos que rigen los destinos de todos (Urbano 1993:294).
En esta versión la leyenda del Paititi se superpone sobre el mito escatológico del Incarrí (Inca-Rey). Incarrí es un personaje mítico, producto de combinación de varias personalidades históricas, el Inca asesinado por los españoles que debe resucitar en el futuro y restablecer en el Perú “la edad de oro” de la época de los incas (Ortiz 1973). En otras versiones del mito, este personaje está vivo en el presente y habita en un lugar escondido, en este caso en Paititi. Los dos otros personajes, Collarrí y Negrorrí, como demuestra Henrique Urbano en el artículo citado, son el resultado de la influencia del motivo bíblico de los Reyes Magos.
(3) Para ver el Paititi desde lejanía –dice–, después de llegar a Paucartambo se va rumbo a Akhanaku. De ahí se ve un cerro alto, llamado Apu Kañihuay. Para subir a este Apu y divisar el Paititi hay que hacer despachos de calidad. Si no se hacen como debe ser, jamás se verá el Paititi ni jamás se podrá subir al Apu, porque antes que llegas a la punta caen rayos, lluvia, viento, granizada. El Apu siempre baja a quien se cree valiente o machito y peor aún a los extranjeros. Y si llegas sin novedad a la punta del Apu Kañihuay, él te cubre todo y todo con nubes de gran espesor y no puedes llegar a ver el horizonte. Y así puedes estar días y noches, o en el Apu o lejos de éste y él no deja ver nada. Por eso el despacho es importante (Urbano 1993:294-295).
(4) Los incas son inmortales. Viven en Paititi. Se puede ver desde el cerro Kañihuay. Es un cerro muy alto y de ahí se divisa la selva del Paititi (Urbano 1993:293).
La segunda versión moderna que trata de Paititi más bien es, o pretende ser, un relato de hechos verídicos. En ella la ciudad perdida es unas ruinas antiguas, donde se encuentran los tesoros de los incas, cuya cantidad depende del temperamento del narrador. La línea narrativa suele consistir en un cuento sobre el protagonista, pastor o campesino, quien ha ido allá y regresó, generalmente trayendo evidencias de su descubrimiento. A veces se menciona que el afortunado se enriqueció fabulosamente con el tesoro encontrado.
Lamentablemente, en la literatura especializada este tipo de relatos está ausente, razón por la cual presentamos aquí un texto registrado por un amateur, padre Juan Carlos Polentini, sacerdote de Lares, quien recogió gran cantidad de valiosa información de diferente índole sobre Paititi, desde la tradición oral moderna y fragmentos de crónicas hasta los materiales de sus propios viajes en busca de esta ciudad, y publicó dos libros acerca del asunto. Entre toda esta información encontramos varias narraciones anotadas de las palabras de Arístides Muñiz, un famoso contador de cuentos sobre Paititi. En el momento de la publicación de sus relatos, en 1979, Muñiz tenía 97 años y toda su vida había vivido en los valles cerca de Paucartambo, donde las leyendas y cuentos de Paititi circulan con más intensidad. Citamos aquí un fragmento de uno de los relatos que cuenta la historia de Florián Llacta, pastor de la hacienda de Bedagurín que fue enviado por el hacendado a buscar el ganado perdido. Muñiz la escuchó de la esposa del pastor alrededor de 1905.
Mi marido fue a buscar [el ganado] y se fue siguiendo la huella por el camino incaico. Bajó un cerro. Existe el camino (es en el Apu Catinti, actualmente Cumbrerayoc). Como encontró huellas del ganado, los pumas habían arriado por todo ese camino. Así había llegado a una población incaica donde solamente faltaban los techos a las casas pero que había tesoros al por mayor. Una cosa admirable, y como mi marido estaba ya muy débil, sin comer, ni nada, sólo había podido traer un choclo de oro y dos cráneos de dos reses que habían acabado los animales. Así fue cargando esas calaveras las lleva a Bedagurín –“Los cráneos, señor, aquí están, habían comido los animales, y he encontrado todavía dos ganados vivos que he traído, y para que usted me crea, he traído este choclo de oro de esa población”. –“Entonces trae, pues, y regresa para que me pagues el resto del ganado”. El hombre traería lo que pudo. [...] La india, dice el anciano, le indicó que las cumbres por donde pasó su marido y por donde nace el río Chunchosmayo es el apu Catinti (Polentini 1979:105-106).
El motivo del “vaquero perdido”, que sirve de “marco” para el relato citado, aparece en la versión “mitológica” así como en la “verídica” de las leyendas y cuentos sobre Paititi. También constituye parte de otros relatos. El protagonista es un hombre pobre, a quien su señor manda a la fuerza a buscar el ganado perdido y en la montaña le suceden cosas extraordinarias. Sin duda se puede encontrar analogías de este elemento narrativo fuera de Sudamérica.
Volvamos a la segunda versión del cuento sobre Paititi. Su protagonista generalmente se presenta como una persona real, que vivió o vive en el mismo pueblo o comunidad que el narrador, a quien él a veces declara conocer personalmente, a veces es su pariente o antepasado. En algunos casos el relato se desenvuelve en primera persona y se remite al pasado reciente. El detalle persistente es que el narrador trata de amarrar los acontecimientos del cuento con la realidad, como prueba de su veracidad. En la mayoría de los casos se utiliza la toponimia real. A veces el relato viene acompañado de una invitación a guiar al oyente a las ruinas descritas (en el caso de que el oyente esté de acuerdo en financiar el viaje). Esto se explica por el hecho de que esta clase de relatos sobre Paititi a menudo está relacionada con restos arqueológicos reales, no registrados o poco conocidos, que abundan en la selva alta. Por supuesto, los detalles acerca de los fabulosos tesoros resultan ficción o, en el mejor de los casos, exageración. Sin embargo, las mismas ruinas y su ubicación pueden resultar realidad. Por los tanto, este tipo de relatos puede servir como instrumento útil para los arqueólogos. Lamentablemente, los arqueólogos profesionales los ignoran y demuestran escepticismo al respecto, pero existen ejemplos de descubrimientos de monumentos arqueológicos sobre la base de esos cuentos. En los años 1950, dos ingleses, Sebastian Snow y Julian Tennant, guiados por una leyenda del Paititi, encontraron un pequeño monumento arqueológico inca en la zona del moderno parque arqueológico Vilcabamba (Tennant 1958). En 1979, los esposos Herbert y Nicole de Cartagena, en busca del Paititi a partir de la tradición, encontraron en el Parque Nacional Manu un monumento interesante llamado Mameria (Cartagena 1981). Infortunadamente, desde el momento de su descubrimiento este resto arqueológico ha sido saqueado sin control, mientras las investigaciones profesionales no han sido realizadas hasta ahora.
Los textos citados provienen del departamento de Cuzco, Perú. Según nuestros datos, versiones parecidas existen en Bolivia oriental y otras, un tanto diferentes, en Paraguay. Aquí no las discutimos por la insuficiencia de información, pero notamos la distribución geográfica, circunstancia a la cual volveremos más adelante.
Pero ¿cuál es el origen de esta leyenda? Sería lógico buscar sus raíces en las crónicas coloniales. En los textos de esta clase, el Paititi es mencionado relativamente poco y aparece en un contexto completamente diferente. El Paititi colonial es un topónimo (nombre de un cerro, río, etc.) que en algunos textos marca la frontera oriental del imperio de los Incas. En otros casos se habla de una “tierra rica” en la selva amazónica al este de los Andes, que fue descubierta por los incas en una de sus expediciones militares. Los incas la conquistaron o fundaron ahí sus colonias, pero en ambos casos esta tierra conservó su autonomía. Después de la conquista española, una parte de los incas del Perú migró al Paititi, y sus descendientes seguían viviendo allí en paz a lo largo de todo el siglo XVII y posiblemente también en la primera parte del siglo XVIII. En estas épocas se encuentran documentos que lo mencionan como un país vivo y habitado. En el siglo XIX estas referencias desaparecen. Como sinónimo del nombre Paititi frecuentemente se usa “Mojos” o “Musus”[1].
Estudios históricos sobre este asunto son igualmente escasos, como los trabajos de la tradición oral moderna sobre el Paititi. Probablemente, la única obra significativa es el libro del historiador argentino Roberto Levillier: Paititi, El Dorado y las Amazonas (Levillier 1976). El trabajo fue publicado varios años después de la muerte del autor y consiste en los materiales sueltos organizados por sus parientes y amigos. Sin embargo, el valor del libro es indiscutible. Su mayor mérito, a nuestro parecer, es el uso de fuentes escritas poco conocidas pero muy interesantes. La más interesante para nosotros es “Informaciones hechas por Don Juan de Lizarazu sobre el descubrimiento de los Mojos”, documento original de Bolivia oriental del año 1636, que reúne testimonios de varias personas que participaron en expediciones en busca del Paititi o disponían de otra información valiosa al respecto (Lizarazu 1906). Levillier incluyó en su libro unos fragmentos de este documento, pero dejó sin atención muchos datos valiosos.
[1] No hay que confundir este nombre colonial con su uso moderno referente a los Llanos de Mojos, en Bolivia. Probablemente, su significado ha cambiado (véase infra).
Fuente: La leyenda del Paititi: versiones modernas y coloniales autor Vera Tyuleneva. Revista Andina Nº 44
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1 comentario:
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